Silenciosamente limpio las lágrimas del zócalo. Nadie me
mira.
Soy un ser insondable y con muchas moscas dentro del cuerpo.
─Solo yo sé que existes y que perduras como el perenne
espacio.
Plegadas sobre el fango, las dos mitades del cielo que porto
en mi bolsillo,
dejo caer un poco de sudor sobre sus nubes y a trasluz al
unirse me hablan.
Y sin embargo… usted se refugia entre los mil azahares de
mis costillas,
sueña con naranjas y retratos hechos de jazmín y blancos
cerezos.
Solo es la mar quizá peinando sus helechos cabellos, solo es
usted y sus hipocampos;
o el reloj a usanza de las caricias del molusco o el esperma
cósmico sobre mis páginas.
Quizá me llamen sucio, indecente, impúdico, obsceno, poco
hombre;
mas no es más hombre aquel que guarda su voz en un saco y la
vende al mejor postor.
Soy un pastor a quien no le importa perder su bastón y
tampoco pienso en retroceder.
Dígame usted si estoy en lo cierto. La verdad es que vivo
para los vivos
y también para los muertos que llevan a cuestas la alborada y su última hojarasca.
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