…ella vino con su cara
de lluvia; una cara de estatua de invierno,
cara de alguien que se
quedó dormido y no cerró los ojos bajo la lluvia.
Del cuento: Esbjerg, en
la costa
Juan Carlos Onetti
Ella vino en un carruaje hecho de cristales incoloros y
cetrinos. Traía en su rostro una espada tan grande que partía en dos el setenta y un por
ciento del agua en el mundo. Se vestía de lino y sus cabellos eran hiedras que cubrían
incluso la más grande y octava noche que la noche haya tenido. En sus ojos habían dibujados dos
navíos con cincuenta cañones disparando vergeles contra un muro de acero e hipocresía.
Estaba asombrado por tenerla frente a mí, mi rostro estaba anonadado, mis manos sudaban polvo en ese momento. Ella, al mover tan solo un dedo, me mostró cómo las
montañas bailaban la vieja danza de los nahuales; pues en cada dedo, portaba una nube que anunciaba
tormentas y alboradas fluorescentes. A manos llenas, estaban mis ojos abarcando su
cintura, tan plenamente, parecía una aurora boreal abrazando los labios humedecidos
de su brisa. Jamás las cadenas habían sido de mi agrado; pero tratándose de cadenas
furiosas e inescrutables, opté por vaciarme entre sus orificios. Al fin había dejado las ilusiones
para aquellos a los cuales les gusta que gusanos se alimenten de sus muertos. Por lo demás,
ella aún sigue aquí; ya no es una gota de olvido ni una tormenta de arena, es el asombro, el surrealismo mismo.
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