Se abren las persianas al tacto frío y erecto de la
madrugada.
Nos es doloroso el invierno, así como la voz del relámpago
entre las sábanas.
Escuchamos el teatro del alambique poseído y escupido por
los trenes.
Siempre es asidua la niebla a las sombras esparcidas entre
los peces.
Caminamos, sin más caracol que el de la noche con sus
trenzas descaminadas.
Nunca tuvimos una tumba donde guardar el aliento que nos
hizo falta,
ni mausoleo que cubriera la lengua que quedó atrapada entre
la ventana.
El cierzo ya no se chupa el dedo, ya no es un niño, es un
anciano casi difunto.
(¿Qué días nos esperan
tras la penumbra que gotea de los sombreros rotos?)
Desde aquí, no soy otro que el bufón que amarra sus zapatos
con camisas de fuerza,
no soy más que la ceniza y sus ruinas arqueológicas, soy un
mecate roto por vos,
una hiedra por donde suben los muertos a traer su pedacito
de aliento.
Nos vimos en la necesidad de orinar a propósito sobre la
plusvalía;
y quién puede desdecir lo que aquí se cocina a fuego rápido.
Hoy no es hoy, es siempre. El trapecio está listo, que se baje el pantalón la consciencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario