¿Eres tú, Dan? ¿Eres tú?
─No, no soy ese cobarde de Dan.
Solo la voz del suicidio, la hojarasca del crepúsculo.
Aquel viento por el cual viaja la agonía y la ruptura,
esa donde anidan esfinges y se asombra hasta el polvo.
Hay telarañas en mi garganta, mimos tocan mi flauta de
sangre,
manzanas corroen mis venas y desembocan en mis dedos.
Siempre habrá lugar para un retrato más en las paredes de mi
cuarto.
Aún no sé ─ciertamente─ qué es en realidad este aliento
sepia,
mi hipnotismo sigue sin entender el esputo de los
escarabajos.
Suelen venir a mí muchas alondras con una piedra en sus
hombros,
les abro la puerta, pero al final terminan siendo mi cena.
No he logrado alejar de mí este canibalismo, ni tampoco los lodazales.
Suelo bajar a diario los peldaños hasta llegar al claustro
del patíbulo,
ahí llevo a cabo la pena de muerte para el crepúsculo a media
asta.
Vos apareciste y me confundiste con aquel cobarde verdugo:
ya no le busques, mi cabello rodeó su garganta, vació su vida.
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