Pintura de Mike Davis
Desde siempre, las flores agarran sus colores del moho y el
vaho.
El arco iris parece una bicicleta olvidada y carcomida por
la herrumbre.
─¿Desde dónde vos, con tus alambrados de incienso y
calambures de grillo?
El tiempo nos aprieta el álter ego y nos eriza las axilas
con toques al tuétano.
También sudan las cortinas al ver las heridas y la sangre retoñando
en el aire.
¡Cuánto veneno! Cuántas las alcantarillas tatuadas en la
garganta del crepúsculo.
(A veces se nos
encuentra ciegos bajo el pie etéreo de las caracolas,
jugamos a hacer
gárgaras con los despojos de la sal y la lluvia.)
A veces ponemos un lugar en la mesa para las estadísticas
del frío;
y por si fuera poco, conocemos de qué se alimentan los
gorgojos del oprobio
y la propina que deja la muerte al pasar su lengua por los
harapos de las aldabas.
Tal vez se nos niegue un día más sin que haya sanguaza, pero
aquí estamos,
como un alambique dispuesto a sublimar todo el aliento que sea posible.
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