Hay días en los que nadie quiere vivir...
Al despertar paloma incesante, tome mis anteojos y comencé a ver lo que en mí acontecía, el amanecer me observaba con piedad, los pájaros me parecían canciones de sufrimiento, las cortinas estaban aturdidas por la herrumbre de mi cuerpo, las sábanas eran volcanes de lava, el agua me cayó como agua a olla caliente, me evaporice por el rugir de la campana del tiempo, el pedal de mi andar parecía no avanzar; parecía que las alas de mi vuelo no se mostraban, la hierba que pisoteaba se desordenaba con impaciencia, mis ojos ya desvanecidos por el ajetreo de mi achaque se tornaron rojos. Mire hacia el horizonte y vi que los trenes pasaban y pasaban, yo temblando ya muerto de frío por el enardecimiento de mi ser, mi rubí me acogió en sus brazos y calme mis dolencias gracias a Dios. Hay días en los que nadie quiere vivir, pero yo sí, porque cualquier cosa por minúscula que sea, vale mucho...
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