Suelen los manteles llenarse de lluvia...
A veces pasa la ventisca del placer por las férreas calles del Olimpo. Los ojos del reloj ahuyentan los minutos, sollozan y plañen los otoños, los inviernos llaman calor, los pálpitos del corazón se detienen, los versos fluyen por los poros, las espadas del Nilo dilatan sobre esa cascada de emociones. Cuando se acerca el Mar Negro los árboles se posan sobre sus aguas y se corroen al pisarlo. Las pirámides de Egipto se derrumbarían ante deslumbrante Excalibur. ─No temas estoy aquí, deseando que no te vayas, quédate a mi lado para siempre. De pronto se escucha a lo lejos el canto del águila deshuesando a los ratones, a lo lejos dice vos deseas mi canto. Suelen los manteles llenarse de lluvia cuando el ajetreo de dos mortajas sudan hasta por los ojos. Las tiernas miradas de la lechuza son pequeñas comparadas con el águila, no tengo porque llamar al César para que juzgue tu belleza, eres hermosa, eres un regalo de Dios. Tengo una vida por delante y una mujer divagante que no dejaré aunque de mis labios un epitafio se levante...
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