En el tejado ácido de aquella casa,
resuena el pálpito azul de la lluvia;
mientras tanto, me pregunto:
¿será posible discernir el fuego de la lejanía?,
escucho en cada escalón el eco de los trenes,
escucho en cada candelabro: lamentos al cierzo,
rumor de tranvías, rumor de pájaros mojados.
Agazapado: en el traspatio de la digresión,
muerdo la pierna del polvo de las ventanas;
luego, en seguida me doy cuenta que mi vidaha sido un zapato aplasta coyotes-moscardones;
después en la intimidad del escarchado entrecejo,
cada sien que tengo en el espejo, refleja su vértigo.
─Han llovido tertulias del cielo, has llovido tú,
he llovido yo, han llovido espadas afiladas.
Hoy, en aquel portón mohoso: el café de lo utópico,
sueños quejumbrosos, resquebrajamiento del ojo.
Sin embargo, al otro lado: ¿qué hallarás dentro del espejo?,
¿acaso no la misma lucha?, encuéntrate a ti mismo,
encuentra en el baúl, la caricia de los colibríes que se quedan.
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