En ese camino inhóspito -a veces- que únicamente espera una caricia de la equidad, la aurora del insomnio que sirve el periódico del vómito, la catarsis que acude a la muerte para curar el machismo, onda herida, onda campánula hendida en la pupila del desasosiego. Mientras tanto, en las afueras del pubis expectante: las líneas paralelas del orgasmo, el pezón de lo inefable que bifurca la mañana, el café que como rumor se sirve entre la niebla sangrienta. A veces cuando el arado se atasca en los guijarros mal informados, ni siquiera la fuerza de un rayo puede penetrar en la simiente del dócil pétalo. Sin embargo, aprieto con lentitud el labio de la fuente, amortigua mi estertor y saca de quicio al viento; luego desata su furia dentro del manicomio y comienza a danzar en vaivenes dentro del surco, donde no se siembra ni se cosecha, sino que abre aldabas y cierra puertas; es inusual comer llaves de desayuno, es inusual caminar descalzo y no quemarse con el ártico a punto de lava.
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