Que me engrilleten al semáforo del estiércol,
escupo a la vendimia y a los juegos retorcidos,
también escupo barro a los malditos lava cerebros.
Hay una solución a este problema de letrinas:
buscar entre la blanca niebla de tus sortilegios,
al pálpito de alas que cayó junto al cielorraso;
he buscado entre la zarza de breñales y agujeros,
pero encontré rumor de polvos, armadillos escarlatas.
Sin embargo, frente a los racimos de herrumbre,
las alas con las que levanto el vuelo desplumado;
he sentido muchas veces el mismo dolor del viento,
así como espasmos que mi tierra sufre en su matriz.
─Si tienes la oportunidad de escuchar al llanto del gueco,
llámame, lavaré sus lágrimas con el paño de mi lavatorio.
Por eso, en el momento en que la obscuridad besa mi noche,
me convierto en un eco de fuego, que le grita al espantapájaros:
verdades envueltas en verdades, flechas envueltas en flechas.
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