En medio de la tormenta surqué el cielo,
dancé en el piso flagelado del viento;
esa noche sacié mi alma y mis delirios,
sin embargo, caí en el vicio de los lirios.
Desde aquellas luces y azogues:
la niebla que cubría mi cuerpo,
tremendos escudos de cuervo
jugando a causar enormes vértigos.
En la bruma de mis ojos, el insomnio
que sacudía al silencio con su látigo;
mientras tanto, en lo alto del faro,
la triste y taimada historia de siempre:
mantos acuíferos, torrentes de aceite.
Esquivé el filo del relámpago fugaz,
no fue suficiente, debí afrontarlo;
después venía el trueno del plomo,
no quise esquivarlo, me partió el alma;
por consiguiente, el rayo arremetió,
y ahí estaba yo, muerto en el asedio.
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