Mientras camino en la órbita asible de tus pezones: el llanto se hace frío en los zapatos, los sueños tiritan en el silencio de tu lengua, mis vellos se hacen vapor en tus piernas y el hielo que zurce el harapo, sirve de manta para el baño sauna. Mas en las orillas viajantes de tus labios, el poro húmedo del abecedario, caótico y suave néctar de comas, puntos suspensivos, acentuación etérea. Sin embargo, en cada hueso del lied solitario, el cordaje punzante del realismo; por eso, el a veces, entrecruza luciérnagas, candelabros, velas enmudecidas; mientras tanto, la firme palma de tus manos, coge en su puño los cristales ecuestres del vate sonámbulo, es inevitable el negro follaje, es inevitable la imagen retórica de tus muslos. ─Me he puesto las botas tribales: ¿acaso he volado con ellas?, me pregunto, ¿acaso he comido de la espina del orgasmo?; sin duda, en los cubitos de hielo, el sudor espontáneo como marejadas, tumbos en estertores, albatros caza arrecifes. ¡Cómo es posible esta loca estación de trenes!, con rieles ácidos que penetran en las cuartillas, adoquines escarlatas uno sobre otro, causantes de vértigos sin justicia. Me ahogo, luego emerjo desde la laguna del tótem de tu pupilaje, para después hundirme en las aguas asfálticas de la sartén. En esta noche de murciélagos en tinta, la mordida sensual de la prosa, crujido fúnebre de espectros, que sollozan en las páginas cristalizadas del atropello. Hoy, en la bruma nebulosa del arcoíris, pinto mis versos; luego con mi saliva, pego cada página en el mural del cielo, para que como lluvia caiga encima de los poros transeúntes.
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