Sentía el fogón desde aquella hoja,
en ella se cocinaba mi cómodo ombligo;
viajé entre limbos hasta romper raudales,
dijeron: ¡hoy ha nacido el hijo de la Luna!
Sin embargo, mi cuerpo agarró parte del tizne,
desde luego que en cada tiznajo involuntario,
la incertidumbre de páramos y de congoja.
He pasado mucho tiempo junto a la sonriente Luna,
sangrando junto a las sábanas de sus saladas pupilas;
sin embargo, siempre camino en sus lastimeros cráteres
y me baño en sus lagos a punto de convertirse en polvo.
A veces lo efímero llega y se va en el tranvía,
mientras las clavijas clavadas al entrecejo,
quedan para abrir el candado de lo asible.
Hace mucho tiempo que no mencionaba la hoja adentro; hoy la menciono y mis heridas se hacen hondas y lúgubres; ya es la hora de curar las heridas del pasado con la pulcritud de los versos.
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