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lunes, 13 de mayo de 2013

Asfalto rural


En aquellas tablas oxidadas del tiempo ecuestre, aquellos agujeros planos de los pies cansados. Pieles descalzas: surcos que respiraban y respiran hedor de lombrices, estómagos llenos con el aire sucio del capitalismo, bolsillos llenos de piedras asesinas. Me crié en ese tiempo: donde los juguetes y los páramos, eran juegos celestiales, nada de pistolas ni tanques de guerra. Soñábamos con ergástulas sin rejas, jaulas sin pájaros, parques verdes sin zoológicos herméticos. A menudo, me bañaba como el gato, lavaba mis pupilas con el llanto del cielo, escupía al sapo chiquito del egoísmo; sin embargo, a través de los enlaces etéreos de la aguja, los andrajos que cultivaban la humilde semilla. Frente a mí, la anona de los inmortales, la guayaba de los hambrientos, los mangos que perturban al cierzo, las naranjas ebrias de la morgue, uvas puestas en la mesa de la digresión. Recuerdo que había en el grito del gavilán, una reunión de amigos y enemigos; sin duda que hoy creerás en los instrumentos de viento, afilados en la garganta del que hoy escribe amargamente. Luego de tanto vivir, decidí saludar a la muerte; le obsequié mi lucha, mas no los recuerdos. En este tiempo: la cruda, escarlata y asfaltada realidad de los restos, cuna de misterios, bibliotecas desaparecidas; pero en el mientras de los días, el Sol que funde las osamentas, tritura el dócil suelo tiznado por el elixir diabólico del espantapájaros; ya es tiempo de sacar el vino añejo y dar de beber a los transeúntes sobrios del espasmo. Afilemos la espada en la piedra de la lectura, hay que volar alto sin desplomarnos, hay que sacar de nuestros bolsillos, las herramientas de la utopía realista.             

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