Ocasos vestidos en sayales de cenizas,
papalotas que anuncian muerte
en el tapiz de los periódicos;
animales destrozados en la piel de la tierra,
oscuros vómitos que infectan el pozo de los pobres;
frente al ciprés, la mañana escaldada y los pájaros
sedientos de libertad; allá, en aquellas rejas,
la guacamaya con sus ojos templados
en el barandal de la cerca mohosa,
pide liberación a los que pagan centavos por verla.
De por sí, los hospitales deambulan
en cada acera del orbe,
pero se niegan a curar y atender
a los vecinos tribales;
por otro lado, el cenicero,
el tizne que socava el ojo hilado
en los calzones del árbol torcido;
los colmillos, dientes engarzados
en la tortilla envuelta en fertilizantes,
sí, comemos veneno a diario, no fenecemos;
hoy, nuestro cuerpo se acostumbró a la costumbre,
¡lengua!, paladar de licuadora y astillas de humo de carros.
─Este día, le he puesto más patas a la banqueta.
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