A: Miguel Ángel Hernández Hernández
En este diario de asfalto y señoríos: el pálpito de las nubes, arterias de Jayaque, calles de máscaras, doncellas de maíz purpúreo, cerros de coplas, racimos de enmascarados. Allí en el núcleo de la Cordillera El Bálsamo, yace asentado el pueblo histórico; a través del borbotón de las tradiciones de los torogoces, el café que baila en la taza de los turistas; mientras tanto, los árboles en su vaivén tropical, danzan a la par de Los Cumpas y sostienen el rumor de nuestros Clovis. No obstante, en el cacaxtle, oculta entre harapos, la libertad en grilletes, aquella que rompe sus cadenas al llegar a La Cueva sagrada. Se mece a cielo raso: la acera incondicional, la lámpara del orgullo, el teatro que vuela sin alas, pájaro que dona sus plumas al andrajo que deambula. En el tabanco del tiempo: las casas de más de un siglo de tormentas, los escarabajos de plata, el polvo hermético de los espectros, el predio cafetalero, las piedras esculpidas por las manos centenarias de los años; por ahí, entre codornices, yo, haciéndole alas a las calles, cambiándole el tanque de oxígeno a los conacastes y a los laureles de algunos héroes; en mi estudio: las páginas que se vuelven piernas, caminan solas, sollozan solas, palpitan solas; ¿escuchas el rígido suspiro de las arrugas?, aconsejan al pistilo perfumado de las amapolas. ¿Escuchas la salida del Sol?, dispersa el entrecejo de la bóveda celeste, le promete un crepúsculo suave de guirnaldas, acompañado de un té de jazmín y una alacena repleta de semitas. Allá nos veremos algún día Xayacatepec, en esa ruta de olores y fragancias etéreas.
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