En el balcón de tus olas: abrasando suspiros, haciendo cohesión del deseo; hoy, manejo con cuidado sobre tus curvas, escojo las veredas para llegar al punto exacto de tu centro; en las aceras, temblores que provocas sobre la cerámica de mis ojos. Mientras te estrellas en las piedras de la pupila, el poeta se desvanece en la bruma de tu niebla, escoge el taburete de espinas y se sienta sobre él. Sin embargo, tú, dulce ola que deambula por las calles de mi pueblo, dibujas arrecifes en tu cara, ─¿acaso importa?─, pongas lo que te pongas, eres sirena de mis mares. En el cuello del cuaderno que soporta las lujurias pasivas, las heridas crudas de mis líneas, el alfabeto de lo alfa, guijarros que colman de vértigos al final de los versos. Entre vaivenes y desplazamientos de tu cuerpo: la dulce sinfonía de la hojarasca, el perfume que perfila los olores tétricos del ambiente, la sombra que dice amar a la poesía, crepúsculo que se pone a plena luz de la noche. La expresión que subyace en tu sien, ¡lo dice todo!, ¿te das cuenta?; en los a menudos, el tiempo que muere a cada segundo, me dice lo que demuestras, eres pálpito en nuestros poros: a veces, con furia arremetes contra nuestros sentimientos, matas con la daga de tus fragancias, mutilas la retina del vicio, golpeas con fuerza las arterias; en tu cosmos cálido: el hermetismo esbelto, etéreo, que encona los dedos, dedos que fenecen en el asfalto de la cuartilla; luego, como éxtasis, la sábana de tu figura, que entrecorta mi respiración; mas cuando apagas por un momento el cauce del capitalismo, yo me siento sobre tus olas y cruzo el cielo a caballo. ─Me es verosímil ahora, el poder tocar tu pubis con la pluma y causar el orgasmo en el lector de olas versátiles.
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