Todavía, platico con las piedras:
ellas entienden mi rumor de alas,
ellas comprenden mi delirio justiciero,
ellas intuyen lo que de mi pecho brota,
ellas me besan y dejan su pétrea soledad.
En las aguas de mi socialismo,
el cristalino roce de tus piernas;
en las huellas que dejan mis zapatos,
glóbulos rojos a punto de espejos;
en la trasluz del entrecejo sonámbulo,
los puchitos de amor de aquellos días.
Me haces falta mucha amor,
de mis arterias no te alejes más;
vuelve, vuelve como el tren a su vía,
vuelve como el polvo a la tierra,
vuelve porque estoy muriendo,
fenezco de hipotermia de sílabas.
Cayó la noche en mi cuaderno y borró las líneas que con mis frías lágrimas escribí; hoy, para ti, mi féretro envuelto en pétalos caóticos; es agonizante el amor, cuando se mata desde adentro; es inevitable la lejanía y tan larga espera. Revive mis osamentas al amanecer, ¡amada poesía!, deja que duerma una vez más entre tus piernas y juegue al bardo, en tu manicomio de espadas.
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