Veo desde el iris, como el campo se transforma,
en penurias, el traspié de las vacas y los cerdos;
la melancolía, un vago sentimiento ensimismado,
sopor de pasos y flechas, arcos sin arquero.
En la cuna de lo verosímil y lo inverosímil:
el andrajo y el harapo del espantapájaros,
los infiernillos de las gárgolas vomitadas,
fetichismos de ciegos, juegos de azar.
Ahí va volando el billete en el hocico,
caries y sarros en la mesa puesta:
pulgas, sanguijuelas, zancudos, moscas,
mordidas por huellas, votos secos en urnas.
Después el hermetismo de la silla,
demencias sufridas por el ego;
plato del día: ¡sopa de engaños!,
bella durmiente envuelta en espinas.
─No dejo de perturbar a los gusanos, tampoco dejo que se alimenten de mis entrañas; sin embargo, mis poros no son suficientes, necesito más, más... y más; inyéctame lucha amor, inyéctame para volverme un loco más sensato.
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