El miedo ha oscurecido la moraleja del páramo, en silencio, el río pasa en medio de los senos, los aplasta; luego, la hojarasca pende del sombrero y penetra en las grietas del poro; ¡ya no hay fábulas!, sólo la risa sarcástica del bardo oscuro, contando chistes en forma de cuentos, chistes con sabor a consumismo.
Estoy, sentado en un nido de hormigas,
hormigas que perturban las pieles,
pieles que aún conservan la dermis,
dermis que tirita a diario con sangre
por las locas escarchas del cataclismo.
Sé, que en medio de los escombros:
yace aquella fábula de piscuchas,
piscuchas que hoy han muerto,
piscuchas que ya no vuelan,
sino que se esconden
de los vientos de octubre.
A veces me da vergüenza
pervivir en el traspatio,
matando avispas y
dándoselas a las hormigas.
─Aquí, yo como el conejo he muerto, la tortuga enterró mis restos y ganó el premio nobel; solamente, cuando el féretro camina solo, sin ayuda, la fosa alcanza el éxtasis y moja la tanga del erotismo del habla.
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