Tiende a caminar el zapato en el aire:
las flores de las cañas, sacuden el hollín
del sinsabor de la herrumbre eyaculada;
el rocío vuelve a caer en la desesperación
y los tabancos levantados en las aceras,
sufren la injusticia social de los clavos;
duermen en camas de fuego y cenizas,
las raíces tiznadas de las nalgas del viento.
¿Ha sido una fiebre o una peste la bifurcación de los ríos?, no puedo decir ¡limpieza!, si las rosas que arrancan el poco líquido de los mantos acuíferos, están vomitando heces al siguiente día; duerme como hipopótamo el sigilo del espantapájaros, el cierzo se escucha y flagela como esquirla la fosa nasal del volcán más cercano; la multitud de gente camina entre vértigos y ventanas por donde transita el humo estridente de las campanas oxidadas; mientras tanto, el espasmo vertiginoso de las cloacas, se emancipa en el pubis de los caudales. ─Sueño con letrinas navegando en las aguas del desierto.
En la interpretación de la brisa,
el smog con su eco fétido
y lleno de neblina con sabor a estiércol;
me duele en la dermis,
la flagelación del clítoris
y el autorretrato del suicidio de la soga.
Allá abajo, escupe fuego en el calcañal,
el sapo-dragón, serpiente de dos patas
con sus millones de trapiches.
─Es la hora de estar dispuesto a morir por la libertad,
es la hora de enterrar el cerrojo y abrir la ventana.
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