A veces, me dan ganas de llorarle al viento, de gritarle a las sordas paredes; voy rompiendo cadenas, en el durante del camino oblicuo, del espíritu pétreo de la naranja gótica; mientras tanto, el cuervo en su hábitat de páramo, la araña en su telaraña de entraña volátil, el cerdo nadando en su letrina de mármol, los zancudos dando el vómito a sus hijos; este Titanic no se hunde ni escupe al aire, ─solo, solitario─, cambia de digresión vacuna a realismo de encrucijada. Se ve oscuro el destino, el destino que no existe, ¿qué no existe el destino?; a diario: caminamos en las calles de las pestañas resquebrajadas del pobre suelo, caminamos en los pezones secos del laberinto del bosque, caminamos sobre la mierda expulsada del trono, caminamos y respiramos el pálpito del poro angustiado; es importante recalcar: que las cruces sembradas en los muslos del navío, se hunden poco a poco y determinan un siglo de muerte y de pirámides de esqueletos haciendo fiesta en los burdeles del núcleo. A menudo, el alcohol se viste de puta, los ciegos ensanchan su ego y su machismo, y beben del néctar carrasposo del cáncer; después el sanitario, un hospital de vómitos y perillas del diablo. Me duele vivir de la digresión del manicomio, le pido perdón a las arterias de los árboles, le pido perdón al silencio que me envuelve, le pido perdón a los muertos que me hablan; tanta es la agonía, la tristeza, la soledad, los versos que se esconden en los tanques de la sangre, las campánulas, las hiedras, las campanas que tocan la última sonata de mi teatro; este a veces que vuelve de la prehistoria, como dinosaurio pidiendo una terapia para sus dolencias, esta fiesta de esqueletos, que me incita a tomar del vino prosaico de los senos de la poesía. ─Estoy envuelto en sábanas de cactus y mis poros tiritan de frío, muerden mis dientes una vez más, la dulce fruta de la justicia.
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