He recibido golpes de páramos en el pecho,
mientras los tétricos alelíes del candelabro,
vislumbran frente a los pozos del deseo;
hoy, me beso con las olas, testigos los caracoles,
le hice el amor a la arena, me quemó el orgasmo.
En el pálpito incesante de los tumbos:
los labios que dejan su huella en las páginas,
el aporte de aquellos poros a la literatura,
los garajes del espejismo, rubíes en construcción;
tú: mi espejo, mi vida, mi muerte, mi resurrección.
Entre racimos y ramajes: el sin embargo traslúcido,
traspatios de corales, arrecifes de gran moldura,
cordajes de gran voz, sopranos aniquilados;
en la partitura mal analizada, la sinfonía nula,
noches dormidas en arañas, camas con clavos.
Al amanecer, el caballo besa el palpitante labio sin caricias; hoy, busca aquel suspiro que le quito el averno: razón de petates, razón de sábanas sin reloj, resuello purpúreo en los vértigos solitarios de Perséfone resucitada.
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