En el fondo del pecho del colibrí,
los lares vertiginosos de tus espasmos;
en los cenotes que aguardan tu calidez,
la calma y la sutileza de tus pétalos.
Me es inverosímil la sien que te adorna,
ya no hay hadas en el paraíso de tus pantanos;
sin embargo, revivo tus raíces de los escombros,
acoplo mi respiración a los tallos de tus labios,
mientras, sostengo en mi mano tu corazón enfermo.
El ósculo de boca a papel se hace dulce,
la hojarasca se vuelve un torbellino en la lengua
y mis letras se vuelven rocío puro en tu boca.
solloza y llena el cántaro de barro del poema;
me baño en tu cauce y nuevamente te extraño.
─Nuevamente te extraño y recojo del abrojo, a tus ojos de ermitaño; me angustio, fenezco junto a la escarcha que corroe el poro inflamado de tus abetos, pinos, conacastes, cedros y petunias, que un día fueron un arcoíris sin jabón en el clítoris dócil del orgasmo del cielo.
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