Las enredadas cucharas levantan las osamentas olvidadas...
Se ofrecen las calles para transportar las líneas del tren en el estío, siempre agudas, tratando de disecar al ave que vuela mal trecho; sospecho que el azar no tiene color alguno, que la mansedumbre no trafica con el infausto, que la lumbre no trata con el espejo fluorescente. Las enredadas cucharas levantan las osamentas olvidadas, ¡lloran!, sí, plañen como abejas que cogen miel amarga, que deshojan la hiedra que camina sobre el tejado de la choza vieja; espejos, rotundos espejos que reflejan al que critica los problemas del orbe, camino y escucho el peculiar canto de la guacalchilla, y veo que no tienen crítica alguna, son nada más ellas y no otras. Según pasa el tiempo el alarde del mediocre, se hace ver en el muro del barrio, criticando a su misma semejanza, pensando que hace lo correcto dentro de su mundo. A fin de cuentas, la ventana siempre se abre y deja entrar a la eufonía del cierzo, golpeando el oído del criticado, ¡dándose cuenta!; pensé que la tristeza del tordo era la de convertirse en zapato, pero no es así, porque no tiene las cualidades suficientes para doblegarse junto al cuero fétido de este mundo. Si la crítica es un pensamiento que se convierte en rapsodia, no en parodia, llamando al vate para pespuntar los hilos de esta objetividad...
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