Jinete de la trinchera y la cama ecuestre...
Bajo la ciénaga de la choza que no fue destruida por el barro del tiempo, sigo pensando en el camino que no tiene curvas, en la cama que acoge al enfermo, a la silla que medita su turbulencia, al mecate que amarra al cerrojo que no tiene llave; estás aquí, jinete de la trinchera y la cama ecuestre, no lo sé, muero al pensar que los minutos nada más son minutos, que no se pueden detener en ningún momento, la vida tiene una sola caricia, que debemos de aprovechar. Solo, en la penumbra de la décima parte de la tierra, terminando de hacer sentir a la doncella, ocultando mi alegría en lo más profundo de mi ser, acariciando a la montaña como si fuera la mujer más bella del mundo. Los cristales del espejo, reflejaron el sentido de la vida en un sólo acto, en un sólo pacto, en un sólo fragmento, la quietud del cerebelo... Odio a la mansedumbre de la boca, de la boca que ha sido castigada, y guarda silencio, silencio que llora por sí solo. Obligado junto al martirio del lodo, está el cerebro más confundido de la tierra, desnudo, sin harapos que cubran las heridas que a sí mismo se hace, trato de olvidar al Sansón que golpea a la oveja...
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