Visión de zapatos y sandalias desechas por el tiempo lúgubre...
Arroje candelas al acantilado de la esquina del cerebro, pinté las brochas del papel con líneas curvas del cincel, se volvieron rectas, sí, rectas, rectas como las paralelas del mundo; conduje a la herrumbre hasta el precipicio del campanario. Las argollas se rompieron por la tristeza del tiempo anciano, tiempo que no vuelve, tiempo que no nace de nuevo, tiempo en que las libreras guardan una noche más de historia para sus enciclopedias muertas. Derramando junto al regazo de la limosna, lágrimas de erosión, que duelen, duelen en el corazón y en la clara cabeza del cuervo. Siguiendo el destino del ramo de flores que al fin y al cabo irá a dar a otras manos sombrías. Conversando con el anciano centenario, trate de ocultar el tiempo en el que vivió a solas con su cometa, su trompo, sus canicas; trate de convencerle que el tiempo de ahora no es como el de antes, que las lámparas ya no eran candiles, que con el cierzo se apagaban a lo lejos, que los manicomios no estaban llenos de locos y mendigos, que en realidad no estaban locos, sino que vivían una vida llena de fantasías, que al final se volvieron realidad en la partícula de su mente. Frotando mis ojos con el mirto del ramo flojo, tuve que acostumbrarme a tener la visión de zapatos y sandalias desechas por el tiempo lúgubre...
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