Medito sobre el camino de escapularios negros, sin sentido, opacos por el pecado terrenal...
Junto a la Calle el Gólgota, estaba fluyendo con pluma de escriba, tratando que los cuchillos no atravesaran mi pecho; veía pasar a las doncellas de mi pueblo, bellas doncellas, pero que ocultaban el mordisco del lobo en su figura; eran pobres, pero no en el sentido del oro, sino en el sentido de que todas están perdidas en su andar, su vestimenta basura era de leona, leona que muestra sus uñas a cualquier retina que se cruce en su camino. No vi orgullo en las sábanas de la noche, no vi quien era, no vi en la realidad algo que valiera la pena, solamente un gato que cruzaba a una paloma en el tejado, frente al árbol, una guacalchilla que comentaba sobre lo acontecido. El orbe está lleno de harapos hasta los ojos, sin pensar, deja que el adolescente se llene de espinas en el tropiezo con la zarza. Según el sendero a nieblas, la calle es el camino recto, pero que también tiene curvas mortales, que finge ser buen cosaco, pero en realidad la cama de púas no acoge al mendigo ciego, sino al que observa con los ojos, el verdadero camino hacia el destino plasmado por su cerebelo. Medito sobre el camino de escapularios negros, sin sentido, opacos por el pecado terrenal...
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