Caminando sobre flores que desnudan la pupila del precipicio...
La retina del camino a la zarza se desploma como trueno; el agudo oro que compró la más dulce flor, ahora entrega su néctar al zángano mediocre, se encuentra al borde del precipicio de la nube, su camino sigue, pero su cuerpo no se mueve, está inmóvil, inmóvil por la tardanza del cliente, cliente que morirá en sus brazos de oscuro fuego. Ciegos como vampiros en el día se lanzan hacia la presa que les chupará la sangre, bajo el moho de la carpa, ya sin aliento, hace su última hora extra, tras el banco de peces que pasó sobre ella en 24 horas. Caminando sobre flores que desnudan la pupila del precipicio, suelen los autos detenerse para cortar una, se la llevan hacia su choza y se envuelven en pétalo corroído. Llena de palmadas de los masoquistas que no le temen al pantano que Babilonia trae, yacen en el suelo las cenizas de los espermatozoides aniquilados por el pecado mortal. Duele pensar en la paloma que vuela sin rumbo, en la paloma que no se detiene a comer a gusto, en la paloma de hierro que espera su tizne para aspirarlo, como cuchilla aspira a su cortada, como puerta al vacío sin cerrojo...
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