Jamás la zarza espinó mi cumbre...
El racimo de tropiezos superé entre plañidos,
al fin descansa mi cuerpo en el regazo de la tierra,
cada lágrima, cada vértigo, fueron mis latidos,
siempre la pluma inmortal acompañó mi cimera.
Jamás la zarza espinó mi cumbre,
sino que la hacía más fluida y expresiva,
cada poema fue mi respiro con certidumbre,
el fuero siempre fue mi mejor expectativa.
Ahora dejo mi obra póstuma,
para sosegar al mal y agrandar el bien,
aunque llore la secuoya vieja.
En el mundo siempre fui humilde,
por eso ahora mi epitafio está en blanco,
jamás creí en la suerte del fetiche.
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