Soñé con lanas de cuero y aturdí al ermitaño...
Soñé con lanas de cuero y aturdí al ermitaño, viaje durante noventa días, corte las ramas del árbol gigante, destruí las lámparas de mercurio y puse las mías sobre la torre más alta. Acechando junto al acantilado estaba mi mente y mis entrañas, sobre el musgo de las fosas nasales del camino, sobre las clavículas de los conejos escurridizos, sobre el mecanismo del reloj sin agujas. Temidos los árboles en la niebla espesa, temidos los nombres del alquimista de la montaña, temidos los ojos que nos ven todos los días. Junto a la piedra de la fosa están las marmotas llorando; debajo de los escombros oigo una voz que me hace pensar: ¿cómo he de vivir aquí?; ¿cómo he de salir de aquí?; ¿cómo he de sacudir mi cabello?; ¿cómo he de cortar mis labios para hablar?; sollozo, plaño, lloro y nadie me oye. Mis últimas entrañas se las llevó el azacuan más viejo, mientras mis retoños no saben nada de mí, pero en lo más profundo de la cascada encontraran la cueva que me acoge algún día. Remediando mi vida estoy en las cloacas de la herrumbre del puente, mientras la vida pasa y pasa como abejas a su panal. Yo veo mis ríos de pensamientos en la calle que ayer pise, pero tú, ¿quién sabe?; analizando las vías férreas del vientre materno, me doy cuenta que las palomas mal educadas vuelan muy bajo, y son víctimas del gato buitre...
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