Izando banderas de anhelos de libertad...
Izando banderas de anhelos de libertad, derrochando los corchos del vino de la viña más fuerte, rodando junto a la tierra del umbral, sembrando corceles en la cuesta del conejo, ciñendo mi espalda con los problemas del navío en tierra, soplando el aire que aun vive. Redobles en lo alto de la torre del mañana, redobles porque la osamenta fue anunciada, anunciada porque se hizo famosa en las noticias de las ocho, ocho noches vivió y al final sucumbió ante la horrible y tenebrosa popa de plomo. ─¿Serán semejantes los otros planetas que aun flotan en la vía láctea?, pues nadie sabe, tú, ni yo, la lastima de los ojos del corcel convertido en unicornio es no poder ver, a través del espejo, a través del incienso que finge ser santo, a través del opaco oscuro de la noche, a través de las estrellas. Comencé a dar cuenta de lo que he vivido y estoy en un diván sin color, un diván que no soporta el peso de mi esqueleto vivo; desearía poder viajar hasta el pasado para arreglar el futuro de la humanidad, pero eso, es simplemente un sueño, un sueño que jamás se hará realidad, un sueño que las hadas me proclamaron. Bajo la roca del último navío en tierra, está la tortuga corredora que le gano al conejo cuesta arriba, mientras la sangre del conejo es convertida en vino de inmortales, porque no tuvo la culpa, sino su cerebro lento. Veo a través del navío que se hunde en medio de rocas pálidas y digo: ─¿Nacer, vivir, morir, revivir, pasos que debemos tomar en la curva del navío?; no pidas flores al viento, sino al Todopoderoso...
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