Miradas

La planicie del inocente sollozo del niño se corroe...

Relacionando a las palomas del campanario con el topo sollozante, gritando sobre pañuelos de cartón en la cumbre de la choza, comiendo la última migaja de pan en la cocina que no existe. A veces pienso que las sienes de las bolsas plásticas son dos niños plañendo, pidiendo a gritos comida para sus entrañas, tomando las cucharas de sus dedos para engullirse con la tierra. Yo soy uno de ellos, no puedo ni hablar, porque no tengo las fuerzas suficientes para poder decir: "Tengo hambre, dame de comer"; la planicie del inocente sollozo del niño se corroe con el ajetreo del viento. La hojarasca llora junto a ellos, la lluvia sucumbe ante su cascada de pupilas, el polvo se apaga, la luz se agita y se va de su sombra. Recorro las calles y veo muchos niños sin casa, sin madre, sin padre, sin familiar, sin nada; hago lo que puedo para ayudarlos con una limosna, pero los niños no comen de lastima sino de pan. Veo al rico malgastar su dinero en lo que se le pone enfrente, agarra lo que está a su alcance, mientras aquel llora con sus pupilas vacías. No estudiaron por abandono, no recorrieron el mundo por tristeza, no pidieron vivir así, no pidieron morir en vida. Sufro junto al regazo de mis pensamientos, haré lo que pueda mientras vivo, haré lo que pueda mientras Dios está conmigo; daré agua al sediento, daré alegría al sollozante, daré mis lágrimas al que no las tiene, daré todo, todo, todo lo que pueda...