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lunes, 9 de julio de 2012

Museo del hormiguero

La calidad de los obreros se oye en el martillo...

¿Qué han de pensar de las hormigas que trabajan arduamente?, no sé, pero en silencio, me envuelvo en la faena de estas maravillosas especies obreras; de hoja en hoja construyen su madriguera, se ayudan mutuamente como los suricatas. El mantel está sobre la mesa, para el que trae el pan ganado con sudor, el sofá está listo para la hormiga que trabaja, no para la cigarra que pasa holgazaneando en su canto violinista. Surge ahora el deseo de comer algo que sepa a miel, pero no lo hay para el que no tiene la capacidad de buscarla, porque no tiene sus brazos, sus piernas, sus ojos: Niego que hay piedad en el mundo, porque no todos tenemos corazón, sino piedras que laten encima de cada punta de las agujas del reloj. Detrás de todas estas maravillas y desilusiones: Hay una pequeña colonia de moros que busca sacar provecho de los que se atraviesan en su camino, les carcomen el cerebro a puras esquirlas de palabras, llenas de mentiras con piedad. No me atravieso en el mundo de estos individuos llenos de cristales de oro, nada más los dejo pasar como hojas que vienen del cierzo, como campanas que traen ruido fúnebre, como oleadas de polvo sobre la montaña escandalosa. La calidad de los obreros se oye en el martillo, ellos trabajan, sí, trabajan noche a noche, día a día, de verano a primavera, mes a mes, y sin duda se merecen un aumento por su perseverancia, pero no existe, porque no pueden pedirlo, porque los despiden, ¡es un delito!... Siempre habrá injusticias aunque venga el Juez Mayor o aunque Oswaldo Escobar Velado siguiera escribiendo poemas al obrero ceñido por sus trabajos...       

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