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viernes, 27 de noviembre de 2015

Al final de la canción


Cientos de grullas llenan la viña
y forman un crepúsculo atenuado
en los frágiles pómulos de aquella niña.

Aún brilla como zafiro bajo el frío Sol,
aunque su inocencia se dio por perdida
al finalizar las notas de una odiosa canción.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Ráfaga sin sosiego


Uno aprende a contar las lágrimas heridas del alambique.
Sé lo que se siente perderse en un bosque donde todo es gangrena.
¿Hasta dónde nos conduce el odre de la memoria, los cuervos de la deshora?
Navíos resquebrajan su voz al pasar frente a tus huesos marchitos.
Dime, dulce ceniza, de cuántas puertas está hecho el umbral,
cuántas leguas o millas recorriste para cruzar el reguero del frío.
Se ha detenido el pálpito del amate, su rocío obedece a la sal,
hasta tus perros han dejado de ladrarle al tiempo; hay un vacío,
a la nada se le ocurrió posarse en tu pecho. Niego que ya no existes,
niego que existen relojes y árboles de guarumo donde anida la muerte.
¿Existes? Sí, aunque el cielo diga lo contrario y tu sangre te llore hipócritamente.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Espinas

A Frida Khalo

Sobre baldosas, los claveles de la voz espinada del sótano.
─Dime a qué sabe la bruma cuando toca el asfalto de tu memoria.
El insomnio toma su propio color cuando camina en nuestros párpados.
A raíz de qué comienza la deshora a turnarse para resquebrajar el aliento.
Siempre a la intemperie: la voz suicida de las rocas sobre la brizna,
el eco que tañe como violín  al ras del vértigo, los canarios grises del crepúsculo,
el espantapájaros a quemarropa del vacío, la brújula herida de la vida.
Siempre atestiguan las grullas cuando el espejo se empaña de albañales.
Frente a usted, los narcisos de un puente casi imposible de cruzar,
los relojes desmantelados por el calcañal seco de las magnolias.
¡Ah que teñidas las palabras surgidas de la breña de tu sexo!
Acaso como el hospicio que guarda los rayos de luz disipados.
Acaso como el ombligo oblicuo del claustro de la hojarasca.

martes, 24 de noviembre de 2015

Berenice


La mirada siniestra y de plata del cuervo guiará tus despojos.
Luego navíos prenderán fuego en medio del océano,
donde tu anunciarás que fuiste alondra, una centella sin cielo.
Pronto dejaré de mencionarte en canciones, poemas y mundos invisibles.
Convertiré tus huellas en un líquido ámbar áureo y explosivo,
ahí donde el aliento nace y se escuda como ecuestre tortuga de hielo.
Los niños pregonan que una vez te conocieron e izaron el vuelo.
Berenice, eres manifestación de una estación sin trenes;
de pronto, la densa bruma nos convierte en falsos cúmulos de agonía
y el crepúsculo nos arroja pedacitos de sangre envueltos en espinas.
─Toma mi mano.
¡No puedo! Tengo miedo de saber a qué sabe la piel de las olas,
tengo miedo de entrar en el espejo y encontrarme otra vez con el caos.
Vuelvo a escribirte, como lo hacía hace décadas,
aunque la tinta proceda de crisantemos poseídos por la muerte.