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jueves, 6 de febrero de 2014

Apocalipsis


Una máquina me abraza. 
Las hadas tocan la ocarina.
Los elfos queman sus últimas hojas. 
─¡Yo quemo la llave de mi ergástula!
El símbolo pisa la tierra y quema la piel de los demonios.
El leviatán se traga al mundo. 
La oscuridad gobierna en las pupilas. 
El hambre emerge de las arenas del páramo. 
Los caballos ligeros bajan del cielo. 
Luz y oscuridad pelean en un round sin fin. 
Las polillas sobrevuelan calaveras.
Procede la Luna a pincharse los ojos,
pero el milagro se los devuelve. 
Del cigarro las locas colillas arrepentidas. 

Frente a mi barba, Hades cuelga y se balancea de mis palabras. 
Se presenta el oráculo y los oídos de Gloria estallan.
(Si no me crees lo que ves, pregúntale a los querubines.)
Se acabaron los sentimientos para las dalias,
los zánganos han optado por acribillarlas. 
Ahora la llama arde en la tierra, se retuercen las orugas. 

Hemos jugado con fuego
y hoy el fuego juega con nosotros.

A lo lejos: el abrazo frío de los espectros,
las tarántulas se esconden
y los gatos maúllan al recibir las noches de navaja.
(De nada sirve sacar a Excalibur de la piedra,
el tiempo ha terminado, ─dice el rey Arturo─.)
Ni siquiera la armadura más fuerte del mundo
es capaz de protegernos, hay carcoma en nuestros cuerpos
y brota en raudales la herrumbre de las pupilas.

Bajo el cielo verdadero: la danza de una ninfa y un fauno;
llegó el tiempo donde ya no hay preludios,
sino solo un extenso final de plagas y esqueletos. 
Los despojos de los árboles se ríen,
mientras las hojas ahorcan el respiro. 
La Luna ha sido testigo de cómo una garra huesuda
ha terminado con toda la mala hierba del petate. 
Llegamos al punto de cargas piedras
y ahora ellas nos cargan sin más alternativa.

Enseguida Hefesto descarga su salivardiente metálica
para acabar con los topos que aún quedan bajo el asfalto. 
Sin duda, nos negamos a pelear
y ahora los demonios nos están ganando la guerra.

Ante tanta hecatombe:
vi cómo cupido cambiaba sus flechas por cobras
y disparaba en la cabeza a la gente que fabricó balas de rencor.
(Al fin de cuentas, Gea sostuvo en su palma a la Tierra
y ahora la ha dejado caer en la boca de la cripta.)
Solo nos queda rondar como fuego fatuo
y sentarnos bajo aquel cerezo de harapos
-a la espera de otro Génesis-
para volver a vivir lo vivido.

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