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miércoles, 6 de agosto de 2014

La calle de los añicos


Lo que queda en las aceras: son entrañas de ventrílocuos,
la sangre de un crepúsculo casi borracho, el néctar de una rosa poco confiable,
las cenizas de un viento en estado de putrefacción, dientes iridiscentes de buitre.
Ya no quedan opciones por las cuales elegir. ─Queda la angustia y sus vendavales,
la agonía y sus costas, los estertores y sus avenidas, la muerte y sus violines,
el blanco y negro de los hospitales, el blues color azul desvanecido del cielo.
(¿Habrán cuevas donde anide la ilusión, los puñados de símbolos
y los mil novecientos resuellos de las alondras?)
No sé. Ya que las pisadas del tiempo, han puesto un cerco en mis pupilas
y eso me pone triste, aunque los alicates me sobren en las pestañas.
─¿Alguna vez has tenido un sueño dentro de un espejismo?
El mundo, las aguas, el vacío, la cara de una moneda que nos asedia
y nos llena los testículos ─si se es hombre─ de un montón de güishtes.
Después de todo, frente al espejo, las sombras de una era mal encajada,
que al fin de cuentas, nos tiñe la conciencia con plastilina de colores.

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