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lunes, 29 de septiembre de 2014

La primer herida del bronce

Toque de campanas de Manuel Díez

¿Qué duende puede quitarnos la campana de encima?
¿Cuántas baldosas han sido manchadas con sanguaza?
Aquí, se dio el primer grito de la dependencia, el primer resuello,
la primer fatiga que descubrió al consumismo y al feudalismo.
─Ya no hay flores, pero si hay niñas con puerperio, niñas sin vergeles. 
En el sendero, no hay más que un puñado de trenes y cenizas,
trenes que sin duda son ergástulas, cenizas que sin duda son almas que ululan.
(En el toque de campanas, se balancea la huella, se balancea el marasmo;
y en las carcajadas del tiempo, el campo, una necrópolis de musgo.)
Cada vez que camino entre páramos, la duda me asedia, los laureles me huyen;
¿acaso soy un ente volátil, que al sobrevolar, hace arder las hojas del silencio?
─Cada quien paga el precio, cada quien porta su Bolsa de Retortijones.
A media luz, la túnica vuelve a tocar el bronce, los muertos se vuelven inquietos,
la canasta sufre dolores de parto, mientras la matrona asiste a la Patria.

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