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martes, 11 de noviembre de 2014

Salvedad


A veces la saliva no alcanza para sobrevivir al extravío.
Las sombras ya tienen su morada, las navajas la carne,
¿acaso no hay borrasca que apague los candiles del dolor?
Ya no creo en el incienso, tampoco en las fábulas de obsidiana,
mi tren se fue, así como la linterna y sus carcajadas hacia las sombras.
Ante todo, quiero pedir a los puntos cardinales la afirmación,
me pregunto si hay respuesta para las tumbillas o para mis desatinos. 
(Fíjate bien en el charco a punto de cadáver, ¡fíjate! Acaso lo ves riendo.)
De igual modo, mis sandalias están por asfixiarse, como plumas en petróleo,
como guijarro pulido con el estertor de un pámpano casi inasible.
Luego susurras con el hollín en tus encías, nada es justo, salvo el otoño;
al final, sigo en esta silla arrugada, estridente, a la espera de otra digresión.

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