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martes, 18 de septiembre de 2012

Cuando llueve desde adentro

Cuando llueve desde adentro de mí, no me preguntes ¿por qué?, sólo necesito el cálido abrazo para apaciguar el vapor que viene de mi sufrimiento. Derrama todo tu afecto en las flores de mi cuerpo, lo necesito, por favor, deja fluir tu fuego hirviente por el lado frío de mis poros. De toda forma trataré de que el volcán deje de hacer erupción, erupción que lastima mis pupilas: siento irritados los ojos, ¡aléjate de mí!, oscura soledad, ¡aléjate de mí!, frío sufrimiento, ¡aléjate de mí!, salitre de mis entrañas, ¡aléjate de mí!, espada de doble filo. Finjo que las lágrimas sólo han sido gotas, pero han sido más que gotas cálidas, ya que el dolor se plasma en cada sollozo que sueltan mis labios. Desde adentro siento el palpitar acelerado de mis venas, casi explotan, pero no podré detener el torrente sanguinario, sin ti amigo; pero cuando digo amigo, me refiero al verdadero amigo que ha nacido y crecido en amistad, amigo que nunca da la espalda aunque de mis labios surja el último suspiro de vida. Trato de estar firme ante las adversidades que el orbe trae, pero yo solo no puedo, necesito ayuda, confío en el Todopoderoso que enviará un amigo, amigo que no le importe el esperar algo a cambio por su amistad, amistad que dure hasta que los tiempos sean grises, grises porque a menudo las querellas se vuelven más intensas por el calor cambiante. Siento en el pétalo de la rosa, la mohosa herrumbre de mis lágrimas, lágrimas que he derramado porque muchos amigos me han dado la espalda, dejando mi osamenta a la intemperie del buitre carroñero de la soledad...       

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