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miércoles, 24 de julio de 2013

Preludio


Aquí, mientras la marea sube junto a los pulpos egoístas de las rocas, solo el inicio de la ópera, que finge ser el pálpito de la saliva de los arrecifes; la pupila de los tumbos se hace más leve y hiere la dignidad de las arenas en declive. Pero en fin, ¿qué es lo que espero?, ¿qué es lo que esperas?, ¿qué es lo que esperamos de las runas que marcan el pómulo de las lunas? Acaso agarramos plumas y hacemos alas del guijarro más próximo a navío; no sé, tal vez en las páginas que amarillean las entradas de la aurora, solo escuchemos a los espectros que sollozan por sus fuegos fatuos o solo el tormento de la tormenta que arrasa con el cartón promiscuo de las codornices. Sin embargo, ahí o allá donde los pantalones son la causa de las tumbas: la brújula que se ha vuelto loca, el marcador de la guadaña de infinito contra cero o la tabla de la muerte donde se registra el ciprés que murió al filo del jeroglífico. Sin duda, uno de estos días celebraremos el descenso de la Tierra y el toque fúnebre de los árboles que marcan la hora en nuestro pecho, salvo si le hacemos fiesta al eco de los elfos nocturnos o escuchamos con atención la estridencia de sus raíces y comenzamos a esparcir cada sonata de la naturaleza a la par del páramo de las tarántulas, -no hay duda-, de que lograremos cambiar el póker de reyes por uno de ases y jugaremos un juego donde la vida sea la prioridad de las alondras.

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