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miércoles, 18 de diciembre de 2013

Al viento que calla


No fui más que un crisantemo a punto de polvo,
asfixiante, no sé, un poco brutal con las espinas;
pero sé, que lloro con el suplicio en la garganta,
sufro sin elección y los caracoles saltan de mi ventana.
(¿Temes herirte? ¿Acaso hay diferencia entre una herida
y una lágrima?) No hay diferencia alguna sin duda;
sin embargo, el sistema impuesto pisa nuestras banquetas
y pone guijarros pintados de fantasía en nuestros niños.
Bajan como unicornios por encima de mi entrecejo:
las lágrimas crípticas de las flores marchitas,
el tallo cae en un coma profundo, nacen laberintos
y luego golpean con su ira al viento que calla.
De nuevo el hielo calcina mis vértebras, demuestra su cólera,
nos mueve de norte a sur con su ventisca en copa rota;
el Sol ahora se jacta de construir un nuevo averno en la tierra,
convence a los árboles para llevar a la horca a la humanidad;
mientras los niños, inconscientes, juguetean con las banderas
hechas del material podrido de los discursos de un ignorante.
─¿Por qué viajas a través de los vestigios del automatismo,
sabiendo que todo es inevitable, salvo el morir bajo el sofoco
y terminar por inflamar más la herida de una súplica?
Debido a mi suicidio, ruge el volcán que estaba dormido:
ya no hay vuelta atrás, ahora sus cenizas petrifican,
la tinta debió haber sido escuchada.

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