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domingo, 23 de diciembre de 2012

El semáforo de la anáfora


La sangre se ofrece al color rojo, la sangre se ofrece como tributo a la sangre; la miel se estremece en el paladar de los transeúntes que deambulan, la miel agridulce del tren férreo se produce por la lluvia ácida de los mojados; el limón se abre paso en la pupila del ciego, el limón comienza a verter coágulos en la lengua puntiaguda de la guacalchía; sólo el zapato puede jugar a pisar las espinas, sólo el clavo juega con la madera inocente. Sin embargo, el semáforo múltiple estropea el cerebro, se vuelve un político en su campaña, le muestra al mundo sus colores y luego enciende otros que tiene bajo la manga; Me pregunto: ¿cuánta nieve se pierde en la niebla del consumismo?, ¿cuántos zapatos caminan hacia el acantilado?, ¿cuántas luciérnagas estropean un día de alegría?, ¿cuántos hermanos son picados por la abeja? Quizá, sólo es mi imaginación, pero en vez de tres colores, veo más de diez y son dagas. Ni la esfinge con sus acertijos es rival para este semáforo de osamentas putrefactas, ni el capitán del barco puede usar sus cañones, ni el general puede obligar a sus soldados, ni los policías vestidos de putas pueden darle sexo; salvo cuando las abejas tienen el mismo aguijón, se pican mutuamente y se destruyen ambas. Ahora el reloj de arena: denuncia el color rojo de los hospitales, denuncia la sangre fría del cocodrilo en celo, denuncia porque no pudo tener el tiempo suficiente para ganar tiempo; pero el arcoíris sigue brillando en la bóveda celeste y mientras brille, nosotros lucharemos contra las tempestades que se avecinan y las del presente.      

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