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miércoles, 26 de junio de 2013

Postal del mañana


¿Seguirán en la llovizna los depósitos del cielo?, ¿acaso importa?, importa he dicho. A veces cuando el rocío llega moribundo al plato del páramo, mis pupilas gotean y la Luna musita su grito con el silencio más próximo a marea. Llega la hora en que la matrona atienda nuestro espasmo, luego nos incluimos en el dar a luz del sigilo, nacemos y nos olvidamos de vivir bajo el candelabro de los petates: dentro de la ducha, el baño sauna de las rosas mustias, el sabor a ciénaga de las luciérnagas, el vapor que emerge como escarcha de nuestros poros y los momentos grises que nos vigilan desde la punta de las ergástulas. Sin embargo, cada vez que damos el paso junto al tiempo de las arenas mortuorias, la sangre que ensucia los zapatos, los adoquines que renacen del polvorín del arcoíris; y de las campanas, ¿qué puedo decir de las campanas y de los andenes de la funeraria ambulante?; no sé, tal vez que en los tabancos del azar, los crisantemos hacen fiesta bajo la tierra de la espera; sin duda, nos vemos rodeados del llanto de la hipocresía y jugamos en el lavatorio de las espadas. Pero mañana, incluso nos daremos cuenta, de que en las páginas que nos flagelan la retina del día a día, existe el funesto racimo de estercoleros, que tras la luz del vértigo, nos hacen ver la realidad desde el punto de vista del espejismo. Desde lo profundo de mi habitación, el último eco del mañana que es hoy y la última estrofa de tinieblas, que el mismo averno terrenal me envió, junto a una rosa adusta de estampilla.

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