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lunes, 12 de agosto de 2013

Tarea


De nuevo a la ergástula del páramo: aquí frente a mi perra o quizá loba, que bosteza y se traga de un tajo la aurora; ésta aúlla cuando los pájaros musitan penas, también cuando los torbellinos surgen como huesos de los periódicos, ¡ah, qué hecatombes! Ya olvidé si el día amaneció muerto y envuelto en las sábanas de la inmundicia, sólo sé que los golpes de la zarza, hacen que el asfalto baile como gitana y se agriete como volcán en un golpe de furia. Huele a incienso el neumático digital, huele a hijillo el petate donde transitan mis zapatos de la angustia; en cada cactus: la lágrima inhóspita de la chiltota, el agua con la que se cuece el maíz del barro, la espina que saca a otra espina de la planta que sobrevive; y en la raíz, la sangre que a borbotones cicatriza la herida del predio. Sin embargo, ¿qué es lo que hay en la cuna del polvo?, ¿acaso puertas sin aldabas y candados sin llaves? No sé, pero tengo la certeza de que lo inefable viajará a través de las nubes y regará el claustro de las ojeras; mientras tanto, la tormenta causará desastres en el andamio de las postrimerías y a la digresión le dará por soltarse el sostén, para mostrarle al bufón sus vestigios. Después de todo, somos capaces de convertirnos en bejucos y serpientes en cualquier momento; sin duda alguna, en el desvarío de mis atavíos: la marejada de féretros que manejan a 130 grados, rumor de todos los días y pestaña de internet, que poco le hace falta para convertirse en un sarcófago virtual.  

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