Noche de espinas. Ixcanales de oxígeno en el cielo.
Plenilunio bajo la silla, bajo la silla carcomida por el
exceso.
Me arrastro bajo el comienzo, incienso filoso entre las
ventanas de los pobres.
─Abro la puerta, con cierto miedo a ser digerido por la
cerradura.
(Abre los ojos, deja
caer ese miedo como cascada hacia lo improbable.)
No dejo de pensar en los que fueron obligados a naufragar en
el silencio.
Odio huir. Más que todo cuando el cielo deja caer sus plumas
ennegrecidas;
más que todo, cuando en la torre, la borrasca hace tañer los metales.
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