Todo está preparado para que entre la espada.
El camino se ha abierto al arcano de los
nahuales.
(Nunca
he sabido de algún cielo que no sé desplome como éste.)
En algún lugar no muy lejano de aquí: anidan
los cardos con cierto espasmo,
los relojes se vuelven tinta en los breñales
de los ojos, otro universo.
─Ahora soy tu prisionero, llévame en tus vuelos
de bronce, llévame en tu memoria
y haz de mí un ánfora donde deposites el beso
de la aurora.
Me dicen frío eterno, navío que transporta el
llanto del pueblo;
con el dolor, el miedo se ahoga y asciende el
fuego celeste del océano.
Dime amor, a qué saben las estrellas cuando
entran en tu vaso
y las bebes con tanta facilidad. Hay brillo
aún en tus ojos,
me hacen cruzar y saborear lentamente la
herida no obligada del candelabro.
Y cuando te vuelves a mí, ya he llegado a tu cuerpo y mis fauces están contentas.
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