Al fondo del abismo hay letrinas.
En ellas la palabra se vuelve una diarrea concienzuda
y llena de misterios, en los cuales el vaivén de un gusano
es más importante que un discurso incoherente de una cholca
piedra.
Si un periódico pudiera leerse a sí mismo, vomitaría
internamente
y el amarillo de sus flautas desdentadas soplaría hacia
fuera toda palabra inexpresiva.
Así es el tiempo de papel, hundido en una copa de lava y
paja,
a la espera de que alguien nazca de entre las libélulas y
arranque los letreros sucios de la penumbra.
Dicen que somos un abismo incompresible y un tanto mortífero,
dicen que somos los que tocan a la puerta y nadie abre,
dicen que existimos por pura misericordia del polvo.
Nuestras almohadas están hechas de caballitos de madera
y en nuestros sueños amamos hasta la más minúscula
partícula;
nada más queda que nos acepten tal y como somos, no como quieren que seamos.
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