Al espejo guarnecido en una parábola sin libro,
le llueven a menudo caracolas de colores lluviosos;
a través de las ventanas el frío condensa sus palabras
y hiere poco a poco las venas impermeables del subconsciente.
A ese espejo de dos senos ululantes: le hace falta la fábula,
le hace falta el camino, el camino por donde pasa la gaviota, el correo;
a este paso, seremos alcanzados por las llamas, seremos comida del silencio.
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