Y el laúd hiere al horizonte, universo de dos mitades,
colores fulgurantes, colores ciegos bajan a beber del Nilo
previo al insomnio;
y desliza entre la porcelana el gusano centelleante de la
diáspora,
el frío inyecta féretros y las aves cambian de nido al verse
rotas en el espejo.
A veces el suéter nos sirve para esconder el sudor del
vértigo
o para ocultar el verdadero sentido del candelabro próximo
al vacío.
Después, el hambre merodea en torno al muelle amargo del
desaliento,
chisporrotea la sed en las plumas negras del girasol marchito
en el arcoíris.
(Hundidas en el charco
las peonías aún escriben trasmundos.)
Tal vez llamen sucias a las palabras surgidas de una cloaca
de sueños,
tal vez marquen como demonio el patíbulo que cada uno tiene
en su memoria.
Siempre habrá tinieblas en lugares tan recónditos como el
rocío,
aunque cualquiera ponga una silla por encima de todo
y espere a que se siente la luz taciturna del crepúsculo.
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